Capítulo 5
In the world beat up road sign
I saw new history of a time.
Gogol Bordello
Los autos ruedan alegremente con sus ruedas, corriendo por la calle más grande de Encarnación. La Avenida Costanera fue creada especialmente para esto: para disfrutar de un agradable paseo sin semáforos ni cruces a lo largo del lujoso nuevo malecón. No hay otro lugar por donde manejar aquí, y todas las carreteras con buen pavimento terminan donde termina la Avenida Costanera, por eso los autos más bonitos y caros de esta ciudad circulan solo aquí. Y también todo tipo de motocicletas, no destinadas a superar caminos de tierra, sino para un lujoso pasatiempo accesible a los ciudadanos adinerados. Alguna vez aquí hubo favelas latinoamericanas comunes, una planta procesadora de soja y una vía de tren. La última quedó bajo el agua al crearse el embalse y la represa para la gran hidroeléctrica, la planta se trasladó al perder el transporte, y las favelas fueron demolidas para dar a la ciudad la apariencia de un balneario decente. Ahora esta es la calle más bonita de la ciudad, que le da a este lugar un brillo hollywoodense. Detrás de las palmeras, alineadas en guardia de honor a lo largo de la arteria de transporte, se divisa el infinito centelleo del agua al sol, y en la otra orilla, las grises torres de los rascacielos que se alzan sobre el territorio de la ciudad argentina. Las guías turísticas de Paraguay llaman a Encarnación la perla del sur paraguayo y recomiendan categóricamente pasar aquí una o dos semanas en la alta temporada de playa, cuando la ciudad se convierte en un enorme caldero que hierve al sol con cuerpos bronceados. En la muerta temporada invernal aquí solo se pueden ver a los lugareños paseando por el malecón con fines de salud y a soñadores, a quienes esta vista les recuerda por momentos a Los Ángeles, por momentos a Manhattan. Algunos de ellos sueñan en secreto con viajar por el mundo, por eso, sentados en el malecón en Paraguay, imaginan que viajan a los legendarios lugares del Paraíso Americano, gratis y sin cruzar el Paraná, que separa Paraguay de Argentina.
Las chicas con vestidos de novia blancos se sientan en la baranda del malecón. El viento juguetonamente sacude sus velos blancos, amenazando con llevarse la ligera tela blanca más allá de los límites de Paraguay. Una de las chicas fuma, otra ata los cordones de su gastado zapato, apoyando el pie en la baranda para mayor comodidad, otra se tumba en el césped tomando el sol. Hacen autostop por turnos en la carretera con la esperanza de atrapar la suerte e irse. Cada una levanta un cartel con el destino deseado. Tienen diferentes deseos, pero al final no les importa adónde ni cómo se vayan. Han estado viajando por el mundo durante tanto tiempo a donde las llevan, que la ruleta del destino se ha convertido para ellas en una forma habitual de determinar la dirección. Lo único que distingue este día de todos los demás, cuando había que resignarse a que había que ir a algún lugar, es que hoy su fiesta se irá con ellas adonde, en esta versión del Universo, las dirija el azar, la coincidencia de circunstancias, todas las deidades existentes y la teoría de la probabilidad.
La teoría de la probabilidad y los dioses sudamericanos les enviaron en este día, en este punto del Universo, un camión con músicos.